Anticrónica en bici


Agarre el manubrio y la acompañé despacito hasta la puerta. Sonaba en mis auriculares: “contá, contame, contá conmigo” de una bandita linda. Me di cuenta de que estaba perfectamente abrigada. Todavía estaban las hojas húmedas, también charquitos de agua por la tormenta de anoche. Mientras abría la puerta de calle y sostenía mi vehículo, vi pasar un chico con una bici muy hermosa, color verde, tenía el pelo largo, una campera de lluvia. Me monté, pedaleé, adelante iba el pibe. Me acordé de la vez cuando Agu me contó que jugaba a pedalear al lado de alguna chica. Aceleré la marcha, me quise poner a jugar, sin hacerlo sentir incómodo estaba dispuesta a alcanzarlo. Se estacionó en el semáforo y lo miré. Nos miramos. Él dobló a la izquierda, yo seguí derecho.
Andar por Ituzaingo tiene algo nuevo: una bicisenda que nos engaña. Fui esquivando charcos. Mirando chicos. Chupando frío. Muy chivada.
Cuando iba a remontar el puente colgante, un pibe me gritó, le hice un gesto en señal de que “esta todo mal, vos estás mal, yo estoy buscando la tranquilidad”. Me olvidé, miré los gatitos que salen siempre por el camino a regatas. En el puente había una chica que caminaba en el medio de la calle, no tenía miedo y yo la miré para ver si algún día iba a poder yo. Lloviznó otro poco, porque ya había lloviznado en el transcurso de estas palabras. Ahora pedaleaba al lado del río. Un día gris para estar feliz. También pensé en el chico que me gusta, no sé si anda en bici por acá, sería lindo encontrarlo, no me cae tan bien, lo quiero invitar a dormir, no entiendo de que color son sus ojos, ¿cómo es su cama?, ¿cómo es él?
Ahora volvía a cruzar el puente, una chica de letras que estudiaba conmigo me saludó tímidamente, yo no tan tímidamente le grite “como te vaaaa”.
Ahora voy hasta la costanera, quiero llegar a una parte dónde están los tordos, su negroazulado me tranquiliza. Suena Devendra, vuelvo a pensar en Agu y que bueno que me hizo escuchar este disco, siempre hay algo bueno que agradecerle a él.
Llego a los tordos, los miro comer y mientras me estaciono los autos me tocan bocina. Miro los tordos, me acuerdo de mi abuelo Carlos, ¿cómo hizo para domesticar un tordo?
Sigo pedaleando, pienso en mi transpiración, los pies, las axilas, las tetas, la frente, trans pirada. Que lindo navegar en ruedas. Paso por la heladería de la rotonda, pienso en el chico que amo, me acuerdo cuando visitábamos a nuestro amigo en verano, en su hermosa casa de Guadalupe, a la vuelta yo me tomaba un helado de limón en la heladería de la rotonda, él se tomaba alguno de un gusto también aburrido, como yo. Entiendo de que color son sus ojos, conozco su cama, ¿cómo es él ahora? Que lindo sería encontrármelo andando en bici por acá, le diría que me cansé de extrañarlo, que ahora solo lo siento, “pasando por mi, como un dulce viento”.   
Vuelvo a casa, tengo ganas de hacerme un arroz con brócoli o espinaca.
Camino a casa encuentro a dos amigos que amo. Los abrazo, pienso que soy afortunada de haberlos cruzado.
Llego a la puerta, me bajo de la bici por primera vez en una hora y media. Siento un hermoso temblor en las piernas, como cuando haces el amor mucho tiempo con las piernas levantadas, pienso en sexo. Quiero bailar un rato después de comer.
Me termina por pasar algo rarísimo: Abrazo la bici, por cinco segundos me quedo abrazada a mi bici.

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