caramelos de valeriana
Viajé a
Bariloche cuando terminé quinto año
solo a
sufrir
o a
pertenecer
y creer que
me parecía importante
despedirme de
mis compañeros
que jamás
empatizaron conmigo,
ni yo
tampoco con ellos.
Viajé a
Bariloche con una valija azul
llena de
miedo
llena de
ropa inútil
y caramelos
de valeriana
para dormir
un poco mejor
porque me desvelaba pensando
en que nadie
iba a entender
mi
fluctuante
mi nueva
y aparente
bisexualidad
tenía 17 años
de pura incertidumbre.
no entendía
porque
no me
apetecía ir a bailar
y me obligué
todas las veces
a permanecer despierta
imitando tímidamente
los pasos de
esa música
horrible.
Solo quería
despertarme temprano
ir a ver el
lago
y besarme
con ese chico de rastas, hermoso,
que también
se escondía
tímido entre sus amigos rugbiers
de una
escuela cheta de Provincia de Buenos Aires.
(también me
acuerdo de vos,
me enteré de
que ya no estás más acá
no te
conocía mucho
pero también
estabas incómodo,
teníamos
bastante en común quizás,
solo que
decidiste abandonar este rutinario universo
y yo acá,
todavía, tratando de disimular mi incomodidad)
El
coordinador del viaje
era un ser
completamente
ESTÚPIDO
les dijo a
todos mis compañeros
que yo
tomaba pastillas para dormir
(porque me
había quedado dormida
en “la noche
de velas”
en la mesa
sobre el
plato de pollo con papas)
Terminé
quinto año
con el
rótulo de
“la chica
que se empastillaba”,
pero nadie
sabía
que solo
eran caramelos de valeriana.
Y ahora él,
que ya no está
Y el chico
de rastas,
que me
besaba tierno
y los dos amigos
varones
del club,
que insólitamente
me hicieron
el aguante,
son mis
únicos recuerdos,
ni la nieve
ni el frío.
solo
aquellos
que se
conectaron con
mi extraño
método de
salvación.
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Piquitos