Anticrónica de la forma



Me miro un rato las piernas.
Esta mañana me miré un rato las piernas, las rodillas principalmente. Pienso que son fuertes, que tengo los cuádriceps preparados para sostener mi cabeza de chorlito.
Estoy atrapada, y prefiero decir “abrazada” por la idea de percibir los cambios de la forma, la materia.
Hace unos meses, ya no los cuento, me separé de mi compañero y perdí algunos kilos, o mejor dicho me aliviané. La gente me miró sorprendida y me halagó torpemente por el notable cambio de forma, a nadie se le ocurrió pensar que dejar de comer de tristeza es algo sencilla y literalmente triste.
Hoy llamo todos los días a mi abuela, porque no quiere comer, “comer es querer seguir estando acá” le digo, “¿todavía querés quedarte acá?”. Se que soy muy brusca, pero ella también lo es, y yo tengo miedo de perderla, porque ella ve en la comida lo que yo veía hace un tiempo atrás: el combustible más directo para seguir estando acá (con mi abuela tenemos pocas cosas en común, pero a veces se nos planta la de irnos a otra dimensión) .La cabeza se pone tonta cuando estás triste. Y el cuerpo sufre o se adapta a las consecuencias de un proceso que puede ser más matemático: vamos por un camino, vos de repente tomaste uno distinto, y yo tomo otro más propio, más mío, listo…y así seguimos caminando. Pero ya lo ves, a la cabeza le gusta dilatar y disfrutar la tormenta.
Y el cuerpo otra vez, nos banca los trapos, ¿cómo pudimos imaginar alguna vez que nada nos sostiene? Si cuando nos miramos en cualquier reflejo, cualquier ojo de otro, vemos que hemos tomado forma, no somos solos en nuestra conciencia de estar. Cada línea, cada curva, cada bulto, textura, espesura, temperatura, es nuestro soporte de caída. Cada lunes, les repito una simple frase a las estudiantes del terciario: “cuando se sientan perdidas, busquen sus pies, ellos entienden toda la cabeza que sostienen, busquen sus raíces.” Si ellos pueden hacerme bailar, entonces la cabeza no va a poder con su dictadura.
Y la suerte que tenemos es que nunca vamos a estar en el mismo lugar, siempre vamos a verlo cambiar, la forma se transforma, no se estanca, la materia se modifica por su contexto climático, temporal, emocional. Me enamoro, me humedezco, me pongo triste, me humedezco, salgo a correr, me humedezco, ¿cuál es la diferencia entre el río y yo?
Sangre, sudor, transpiración, menstruación, flujo, lágrimas, saliva, pis, ¿cuál es la diferencia entre el mar y yo?
Antes, era más purista, caía en un pensamiento realista muy conservador “los actores no debemos tener tatuajes, ni ninguna modificación física que altere la percepción del espectador”. El realismo quiere eso, que los espectadores caigan en la ilusión, y que veamos a todas la Irinas de Chéjov, como si fueran aquellas mujeres mismas traídas por una máquina del tiempo. Hasta que un día vi una actriz interpretar una Ofelia, y tenía una gran quemadura en su pierna. Esa marca me conectaba con ella, no me importó en absoluto aquello que pudiese desconectarme dramáticamente. Conocer la actriz como ser humano me unió mucho más al momento que estábamos compartiendo, mucho más que su interpretación. Después de muchos años, en Dinamarca vi otra actriz de unos 60 años con tatuajes en sus brazos y otra vez tuve la sensación de que el teatro no es vivir una ilusión. Para mí, el teatro, es vivir un instante de la manera más intensa y completa. La ilusión es el momento mismo, el amor y nuestra materia, si todo cambia, nada es permanente, todo podría ser una ilusión.
Vivir con/en nuestro cuerpo, que nos pide una experiencia completa e intensa de amor y cuidado, es un placer que agradezco día a día.

Esto no es una crónica, pero hoy me duelen las manos, las manos que quieren acariciarte todo el rato. Y eso no es una ilusión, aunque algún día no vayas a estar más, como mi abuela. 

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