La caja

-Te traje una caja llena de muertos- me dijo papá, mientras se me abría el ojo derecho a las 7 de la mañana.
-Están todos los que más te gustan, Bukowski…y algunas cabezas de vaca para rellenar, ponelas debajo de tu cama así vas a crecer fuerte- agregó, preocupado siempre por mi fortaleza.
-Gracias papi, ahora voy a envolver a los que están sin funda con mi saco- le dije después de un ratito de estabilización terrenal.
Enseguida abrí la apestosa caja de telgopor y envolví a Miles con mi saco, para que no tenga frío. Antes de guardarla debajo de la cama, llamé a Ailén para que probáramos que pasaba si la poníamos bajo el lavaplatos.
-Che, tengo una caja de muertos que me regaló mi papá, ¿vamos a probarla?- le comenté apenas atendió el tubo.
-¡Que buena onda!, dale, en un rato estoy allá y llevo mi saco- por suerte dijo lo del saco ella, me daba un poco de vergüenza pedirle que lo traiga.
Dos, tres, seis, seis muertos, tengo que correr una cabeza de vaca para acá, poner el brazo de F.Z por allá y todo está listo.
Si el timbre tiene pilas, Ailén no tarda en sonarlo. Tenemos que sacar las cosas de la mesada y poner la caja, simple.
Blin blum, blim, sonaba el timbre de casa. Traía su saco azul y negro para envolver alguna cabeza de vaca. Pusimos la caja debajo del lavaplatos y para ver si el agua se volvía hielo, prendimos la canilla y dejamos un taponcito en el agujero para que no se esfume. Un polvo blanco transformó el agua y Ailén abrió los ojos enormes (no tan enormes, tiene los ojos muy chiquitos y siempre le cuesta) nos miramos un segundo…
-¿Vas a envolver alguno?, dale sacate todo, ponele el saco a Gardel y metamos la caja ya mismo debajo de la cama, ¿Te imaginás? Si hace esto con el agua… ¡Lo que hará con los sueños!- me imaginé al decirle.
-Si dale, rápido… que ya me tengo que ir a comer- me comento abrumada por sus horarios inamovibles.
Dormí una semana entera con la caja debajo de mi cama, me despertaba cada madrugada a escribir los relatos más fantásticos de la tierra, pero claro, con la ayuda de la caja, de sus personajes difuntos y las cabezas de vaca para rellenar. Todo marchaba bien hasta que la mañana del cuatro de agosto…
-Tengo que enterrar los muertos, tengo que enterrar estos muertos y escribir sola, sin su mano general, sin su cerebro empolvado, gracias Julio, pero tenemos que enterrarlos- me dije mientras miraba como el paisaje afuera se transformaba en una foto en blanco y negro.
Llamé a Ailén esa misma mañana:
-Che, ayudame a llevar la caja por la montaña de acá a la vuelta, tenemos que enterrarla- mi preocupación era indiscutible.
Apareció por la puerta después de 5 minutos de la llamada, ella tomó la parte más fina y yo el final de la caja, caminamos un largo rato por las montañas, subiendo y bajando como las aves que buscan comida en el agua, la caja estaba liviana. Descansamos, eran las cinco de la tarde y la caja estaba aún más liviana. Levantamos otra vez después de unos minutos y llegamos a Cabopozo, dónde había palas y tierra ya revuelta, listas para futuros asesinatos. Cavamos un poco, ya que no queríamos esconder nada y abrimos por última vez la caja:
-No hay nada, no están… ¿Se comieron entre ellos?- le dije sorprendida, estaba atónita, quedaban algunos ojos de vaca, íbamos a enterrar una caja vacía de telgopor.
-Sofi…pará...los tenés en la espalda pegados con topolino- me respondió y eran las seis y cuarto.



Vécorti.

Comentarios

  1. ey, muchacha, había olvidado lo genial que era este blog. me gusta mucho lo que escribís (y cómo).

    te sigo. un besote ! : )

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